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revista contra el pensamiento único

Cuando sea madre...

Cuando sea madre...

 Es curioso. Iba al trabajo en mi coche y mientras esperaba a que el embotellamiento se solucionara me vino a la mente aquella ocasión en la que una compañera de trabajo, en una de esas conversaciones que se entablan después de almorzar mientras se hace una tediosa digestión, comentaba que el día que fuera madre, le daría a su hijo todo aquello que ella no pudo tener cuando era niña. Todos los que la escuchábamos sabíamos que era hija única, cuyos padres se habían separada hacía ya mucho tiempo. Y nos imaginamos su infancia como un período en la que se vio privada de la figura del padre, náufraga entre dos aguas, asida a la balsa de salvación que le brindaba su única abuela; una infancia carente no sólo del amor paterno –y quién sabe si del materno incluso-, sola sin hermanos con los que poder conversar, cantar... ¡jugar!. Sola y además sin juguetes, muñecas, ni vestidos.  

 Y ahí estábamos imaginándonos su infancia, tristes por ella, pero alegres por nosotros, porque gracias a Dios, nuestros padres nos lo habían dado todo y nuestras infancias habías sido felices. Y sabíamos que nuestra compañera se encontraba, en buena lógica legitimada para ofrecer a su hijo cosas de las que ella no había podido disfrutar de pequeña.

 Sin embargo, cuando todos aquellos pensamientos y sentimientos se esfumaron cuando volvió a abrir la boca para poner un ejemplo: el esquí.  

 Confesaba abiertamente y con total naturalidad, que puesto que a ella no le habían ofrecido la oportunidad de esquiar cuando era niña, cuando tuviera un hijo no regatearía ni tiempo ni medios para que él pudiera practicarlo.

 Continuó la conversación por otros derroteros y yo comenté que en casa de mi abuela, antes de que yo naciera, no tenían televisor y que iban donde una simpática vecina, que sí lo tenía, cuando daban algo que merecía la pena ver. Mi compañera no podía creer que mi abuela no tuviera televisor, porque por aquella época la suya sí tenía y además a todo color.

 En otro momento de la conversación surgió el tema de la vivienda, y no recuerdo muy bien como fue el asunto, pero esta compañera hablaba sobre su habitación y le preguntó a otra algo acerca de la suya y aquella otra le espetó: “en mi casa éramos cinco: mis padres y mis dos hermanas y como teníamos dos habitaciones compartía habitación con ellas”.

 En otra intervención la “compi” de marras se confesó creyente, pero no practicante, y comenzó a lanzar comentarios envenenados contra la Iglesia, el Papa y los curas –lo cual no me parece mal, porque es libre de creer y opinar cómo y lo que desee-. Y aseguraba, que ella educaría a su hipotético hijo en la fe “a su manera”. ¡Pobre criatura!, y lo digo por ambos madre e hijo. Lo que sirve para conectar con su última aseveración y entender, por qué siempre hablaba en todo momento de un único hijo; ni corta ni perezosa, brotándole de lo más profundo de su ser, sin importarle lo más mínimo las opiniones de otros ni lo que se pensara de ella, como la cosa más normal y natural del mundo, aseguró que abortaría en caso de quedarse embarazada de gemelos, con el pobre y egoísta argumento de que le robarían mucho tiempo para poder disfrutar de otras cosas, como por ejemplo del esquí, me imagino.

 Efectivamente, aquella compañera no tuvo una infancia feliz. A pesar de que disponía de televisión a color y una hermosa habitación para ella sola, lástima que nunca la llevaron a esquiar. Y por mucho amor que le brindara su abuela, le faltaba otro amor más importante: el de los padres.  

 No soy quien para juzgar, aunque tenga mucha tentación por hacerlo y algo deje intuir entre líneas. Pero considero que la educación de esta mujer no fue la adecuada, porque no puedo concebir que alguien pueda, ni siquiera, sugerir que asesinaría a sus propios hijos con un argumento tan peregrino como el la falta de tiempo para “sus cosas y asuntos”.

 Hubo muchas más conversaciones  y sobre los más diversos temas durante los años que trabajamos juntos y cuanto más la conocía, más la detestaba, pues era un reflejo de cómo el Pensamiento Único contamina e infecta de tal manera que una persona antepone su carrera, ocio y diversión a la mismísima vida de sus hijos nonatos. Aunque, mirándolo desde otro punto de vista se trata de otro triste ejemplo de lo que puede llegar a acarrear la falta de amor.

 Han pasado muchos años desde que abandonamos aquella empresa en la que trabajábamos y la vida nos ha llevado por otros caminos. No he vuelto a verla. Sé que sufrió una dura desgracia familiar, pues perdió de golpe a varios familiares y que recientemente ha sido madre de un niño.

 Espero que las recientes vicisitudes que han surgido en su vida le hayan hecho comprender y entender la vida de otro modo. Y deseo que eduque a su hijo con amor, ése que tanto le faltó cuando era niña y que cada vez que recuerde aquella afirmación de que abortaría si tuviera gemelos, mire a su pequeño, le abrace y le bese y no piense nunca más en asesinar a la carne de su carne y la sangre de su sangre.

 Aquí un amigo

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