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revista contra el pensamiento único

La lengua como obstáculo

La lengua como obstáculo

El niño quería jugar con aquel grupo de niños y niñas que frente a su bungalow corrían, brincaban y chillaban. No había otros niños de su edad en el camping y le resultaba un poco aburrido no tener con quien jugar. Sin embargo, el niño no se atrevía a interrumpir sus juegos y preguntarles si podía jugar con ellos, no porque sintiera vergüenza, sino porque no entendía la lengua en la que hablaban.  

 Su padre que le veía cariacontecido le preguntó lo que le pasaba y el niño le respondió que como no conocía la lengua de aquellos niños, no podía jugar con ellos. El padre, enternecido por la respuesta de su hijo, le comentó algo al oído y comprobó que en la cabaña de enfrente, se hallaba sentado el que parecía ser uno de los padres de algún niño o niña del grupo de muchachos que jugaban bullicosamente. Cómo él sí sabía en qué lengua se comunicaban, gracias a su fonética, resolvió iniciar una conversación con aquel hombre al respecto de aquel idioma.

- Oye, lo que hablan estos chicos es euskera, ¿verdad?.

- Sí. En efecto -respondió el otro, mientras los niños y niñas dejaban de jugar-.

- Ya me lo imaginaba. Es que... mira. Mi hijo -y le señaló con la mano izquierda, mientras que con la otra apretaba su pequeño hombro- quiere jugar con los tuyos, pero me dice que no puede, porque no entiende lo que dicen. Nosotros somos de Barcelona, ¿sabes?. Y yo le he dicho que él también habla un idioma que ellos no entienden: el catalán.

 Dicho esto, la conversación continuó con unos ligeros retazos de familia entre uno y otro padre, mientras los niños que habíán estado jugando miraban a uno y otro hombre mientras hablaban, como si de un partido de tenis se tratara.

 Finalmente, la charla concluyó, el primer padre entró en su bungalow, el otro permaneció sentado y los niños retornaron a sus juegos vociferando palabras y expresiones en vascuence. En cambio, el otro niño allí quedó, bajo el dintel de la puerta, mirando apenado los juegos de los niños en los que él finalmente no participaría.

 Yo fuí testigo de aquel suceso. Yo estuve allí y pude comprobrar como el segundo padre, guipuzcoano para más señas, no quiso darse darse por aludido. Yo quedé horrorizado al comprobar que aquel hombre no fue capaz de pedir, ni a sus hijos, que jugaran con aquel otro niño que les miraba embobado y deseoso de hacer lo que todos los niños desean: jugar. Y, yo, constato, que la lengua fue el obstáculo que impidió que aquel niño jugara con los otros. Porque, qué menos que decirles que emplearan una lengua franca para el juego, una lengua que conocíamos todos los allí presentes -adultos y niños-: el español.

 Los niños, son niños, y como tales no tienen prejuicios para jugar con unos o con otros. Niños de todas las razas, nacionalidades, culturas y lenguas son capaces de convivir y jugar sin ningún tipo de problema. Las lenguas no son barreras para la comunicación entre infantes. Aunque algunos mayores están empeñados en que así sea.

 Y es que, como ya se ha citado alguna vez en este blog, la txapela nubla el entendimiento; pero, tal vez, en este caso, también el sombrero payés tenga algo de culpa.

Iturrimingo

 
 

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